Somos cómplices en esta locura...

miércoles, 25 de julio de 2012

Capítulo 5

DICIEMBRE

-¡Ahhh!
Un grito resonaba en sus oídos, aturdida, abrió los ojos. Su madre, pálida, se llevaba las manos a la cabeza desde la puerta de su habitación. Aun teniendo la mirada borrosa pudo ver el terror plasmado en su rostro.
El cuerpo no respondía a las órdenes que su embotada cabeza le mandaba, quería levantarse, abrazar a su madre y tranquilizarla, pero no consiguió moverse un ápice. Entonces lo recordó; había perdido la consciencia y estaba sin camiseta, de medio lado sobre su cama. Recordó la horrible visión que el espejo le proporcionó de su espalda, y al instante comprendió el sobresalto de su madre. Entretanto ésta corrió escaleras abajo, y en menos de dos segundos estaba de nuevo allí, acarreando consigo todo el material sanitario que encontró en el botiquín.
Con lágrimas en los ojos comenzó a curarla, pero pronto se dio cuenta de que su hija no sangraba, que todo el escarlata que se apreciaba, era la piel enrojecida por miles de capilares y venas... Aunque... Al pasar la gasa humedecida sobre la superficie de la espalda, unos hilillos quedaron enganchados en un diminuto saliente, como si la jóven tuviera una espinita clavada...Más calmada, y ya sin lágrimas que le nublaran la visión, su madre fue capaz de articular palabra:
-Cariño, es como si tuvieras dos espinas clavadas...¿Si te toco te duele?-le dijo mientras pasaba con sumo cuidado la gasa sobre la zona.
-¡AHHH!
No se lo esperaba; su cuerpo zumbó en cuanto notó el mínimo roce sobre aquel saliente. No era dolor, ni molestia, sino la más pura sensación de repulsión al contacto...
-Mamá por favor, ¡no me toques!
-Perdona hija...Pero tendremos que quitártelo, ¿no?
En esto estaban, cuando en la planta baja se escuchó la puerta.
-¡Ya estoy en casa!-anunciaba jovial su padre.
Madre e hija se miraron, ambas sabían lo impresionable que era aquel hombre... Pero cuando quisieron darse cuenta, ya estaba en la puerta, e igual de veloz, se precipitaba escaleras abajo para vomitar en el servicio.
Ya con el estómago vacío, volvió con su mujer y su hija, su rostro se había tornado de un insano color verdoso, y se sujetaba con ambas manos al umbral de la puerta. Las piernas parecían fallarle, su mujer, arrrodillada en el lecho de su hija, le tendió la mano, invitándolo a sentarse junto a ella.
Ambos en el suelo, examinaron de nuevo a su pequeña, que parecía más calmada, pero aún se negaba al contacto de ningún tipo sobre la zona afectada.
Aun estando de espaldas a ellos, podía intuir la preocupación escrita en sus rostros, y a pesar de que el más mínimo movimiento la hacía aullar de dolor, se armó de valor, contuvo la respiración, y se dio la vuelta, poniéndose de cara ante sus atónitos padres.
-Ya apenas me duele...Es muy escandaloso, pero seguro que no es nada.-consiguió añadir una media sonrisa a sus palabras, aun estando al borde del desmayo, pero aguantó el tipo lo mejor que pudo, y así pudo aparenta la normalidad necesaria para tranquilizar a sus padres.
No se les veía muy convencidos, pero poco después, ambos salían de su habitación, dejándola tumbada, mientras aseguraba que se encontraba mejor.
Una vez estuvo segura de hallarse sola, bajó lo más rápido que pudo a la cocina, y se hizo con un botellín de agua y la caja de calmantes, pues iba a necesitarlos si pretendía seguir con su vida sin lanzar un grito cada vez que se moviera.

Lo que quedaba de sábado transcurrió tranquilo, de vez en cuando sus padres la observaban en silencio, como esperando una reacción por parte de su hija, y ella se daba cuenta, les sonreía, y seguía con lo que estuviera haciendo como si no hubiera pasado nada.
El domingo amaneció dolorida, pero con la caja de calmantes a mano, podía sobrellevarlo todo mejor. Fue un día muy tranquilo, sin tareas, así que se dedicó a dos de las cosas que más le gustaban; leer y escuchar música...

El día tocaba a su fin... Mañana debería ir a clase como cada lunes, y el número de calmantes había disminuído notablemente, pero aún tenía para un par de días más. "Ya compraré más esta semana en la farmacia de la esquina..." pensó mientras preparaba la mochila para el día lectivo que se avecinaba.
Ya estaba preparándose para dormir, cuando de frente al espejo y ya en pijama, recordó que no había examinado su espalda desde que descubrió aquellos dos piquitos que tanto dolor le estaban causando. Procedió a quitarse la camiseta sin sentir dolor alguno, y miró su reflejo... Lo que el día anterior era rojo sangre, se había convertido en un enorme morado, pero al menos no tenía ya esa apariencia tan cruenta que había obligado a su padre a vomitar... Mínimamente, pero había mejorado un poco, aunque los dos salientes seguían ahí, en su espalda.
Escuchó pasos subiendo por las escaleras, se puso precipitadamente la camiseta del pijama, y se metió en la cama. Aún no sabía lo que le pasaba, pero no iba a dejarlo pasar. Su cuerpo. Sus normas. No podía vivir sin controlarlo.

CONTINUARÁ...

1 comentario:

  1. que decir a parte de que parece que mejores muchísimo, cosa que parece difícil, cuanto mas avanza la historia.

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