Somos cómplices en esta locura...

martes, 24 de julio de 2012

Capítulo 4

DICIEMBRE 

No se lo podía creer...¡Se había dormido! Estaba vestida, tendida boca abajo sobre su cama, ni siquiera se había descalzado... Aún con las telarañas del sueño en sus ojos, se incorporó, y ya sentada, se vio capaz de mirar el reloj. "Bueno, aún son las 4, puedo ver si ha sobrado algo en la cocina..." pensó al tiempo que su estómago protestaba por la falta de alimento. Despejó su campo de visión de los cabellos enmarañados que le cubrían el rostro, e intentó desperezarse... Y ahí estaba de nuevo... El dolor había vuelto, y su rostro fruncido en una mueca horrible lo reflejaba a la perfección. "Había trabajado duro, sí, pero un dolor así no podía estar causado por una mala postura durante la noche...", en esto pensaba mientras empezaba de nuevo a desvestirse para así examinar con detenimiento la zona dolorida.
Nunca le habría parecido tan costoso deshacerse de el par de camisetas que vestía junto con su jersey de lana gruesa, el típico jersey que te regala tu abuela por navidad, y que juras no ponerte nunca, pero del que te acuerdas cuando debes pasarte una fría mañana de Diciembre trabajando a la intemperie.
Gritó y arrugó la nariz mientras se desvestía, nadie iba a oírla, sus padres no estaban, y siendo sinceros, ahora no le preocupaba mucho su paradero...
El sudor frío le corría por la frente, le temblaban las piernas... No entendía cómo podía estarle pasando esto... Había dejado de crecer hacía mucho, los huesos ya no le dolían... Era inexplicable.
Avanzó hacia el espejo de cuerpo entero de su armario, se volvió lentamente, y se quedó helada nada más verlo; tenía enrojecida de una forma muy poco natural toda la zona superior de la espalda, sumado al enrojecimiento extremo, una carretera de pequeños capilares le sepenteaba la mitad de la espalda, partiendo desde la rojez. Se distinguían venas de todos los tamaños y tonalidades; malvas, granas y azuladas. Había especial concentración de sangre y venillas en dos puntos, ambos coincidían con la articulación de las paletillas, y si no fuera porque ella, cautelosa, había palpado las zonas afectadas, a simple vista podrías afirmar que se hallaba en carne viva.
Es indescriptible el temor que sentía, le zumbaba todo el cuerpo, no sabía qué le ocurría, pero la espalda le palpitaba, seguía sudando, y para colmo, no había nadie en casa... El médico más cercano estaba a 20 km, y no había transporte público... Desesperada, bajó como pudo entre sollozos de desesperación las escaleras de su casa, de nuevo a la cocina, en busca de más pastillas que aliviasen su tortura.
Tenía la mente nublada, no pensaba con claridad, el dolor era tan atronador que sus sentidos se vieron minados. No se paró a meditarlo, sacó un puñado de pastillas de la caja, y con un solo trago de agua las engulló todas. Subió arrastrándose de nuevo a su dormitorio, la consciencia se le deshilachaba por momentos, se iba... Se iba lejos... Pero no había dolor, ya no... Los ojos se cerraban...Se cerraban...No...había.....dolor........

CONTINUARÁ...

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