Somos cómplices en esta locura...

sábado, 21 de julio de 2012

Capítulo 3

DICIEMBRE 

Recordó ese sábado, 6 meses atrás... Aquel era un Diciembre frío como no recordaba otro, acurrucada entre los edredones de su cama, a medio camino entre el sueño profundo y la consciencia, sopesaba la posibilidad de eludir sus obligaciones propias del fin de semana, y arriesgarse a una bronca con sus padres con tal de quedarse un rato más en la cama.
Finos y tímidos rayos de sol se colaban aquella mañana entre los ajados cuarterones que cubrían su ventana, le parecieron infinitamente molestos, pues la desvelaron, por eso comenzó a moverse muy lentamente en busca de una  nueva postura que la permitiera volver al reino de Morfeo. En cuanto lo hizo, sintió un dolor tan profundo en su espalda, que a punto estuvo de escapársele un gemido, mas en el último instante pudo retenerlo aprentando los labios con fuerza. Se arqueó por completo en respuesta a tan horrible sensación. Este desagradable suceso fue sólo el principio de lo que se avecinaba...
Con esfuerzo y sudor, consiguió levantarse de la cama, y avanzó a duras penas hasta alcanzar el espejo. Al principio creyó haberse clavado algo, pero sobre su colchón no halló nada...Con mucho dolor, consiguió pasarse la camiseta del pijama por encima de la cabeza, y entonces sí, no pudo retener los gritos en su interior, y gimió al sentir de nuevo esas punzadas sobre sus omóplatos. Se dio la vuelta, apartó con cuidado la melena que le caía en cascada por la espalda, y entonces...
-¡Papá!- gritó cubriéndose como pudo con las manos.
-Perdona hija, pero te hemos oído gritar y... Nos hemos asustado, no sabía que te estabas cambiando...
Su padre bajó la mirada, dio media vuelta, y volvió a su dormitorio. Ya desde allí le advirtió:
-Ah nena, y date prisa anda, tienes que ayudar al abuelo con unos recados...
Claro... Lo había olvidado por completo... Pues ahora no era precisamente el mejor momento para recados... No ahora que su cuerpo había decidido rebelarse.
-Se me había olvidado... Me visto y voy, ¿vale?
-Bien, pero no te entretengas.

Volvió a pasarse la camiseta de pijama por encima, bajó a oscuras a la cocina, y se preparó un vaso de leche bien calentita con miel, pues si debía pasarse la mañana de un lado a otro con el frío que hacía, por lo menos lo haría con algo de calor en su interior.
Rebuscó a carreras algo en el botiquín de la cocina, y se decantó por una caja naranja y blanca con un nombre impronunciable en un lateral. Sacó dos pastillitas blancas, y se las tragó de golpe. Era un calmante, pues atribuyó su dolor de espalda a una  mala postura durante la noche.
No podía creerselo, sus padres se habían vuelto a dormir. "Eso ya es tener morro, ¿eh?" pensó mientras subía de nuevo a su cuarto y le llegaban por debajo de la puerta de la habitación de sus padres un concierto de ronquidos a dos voces.
El dolor comenzó a remitir cuando empezó a calzarse las botas de invierno.
Vivían en un pequeño pueblo de montaña, su casa era un diminuto pero acojedor dúplex adosado a la típica casa montañera, en la que vivían sus abuelos.
Le daba infinita pereza pasarse la mañana del sábado acarreando leña para la chimenea, pero su abuelo, aunque fuerte como un roble, estaba indispuesto por una operación reciente, y su abuela era demasiado mayor para levantar un hacha. El abuelo de la joven hacía cuanto le era posible por aliviar las labores de su nieta, pues sabía lo poco que la agradaban aquellas tareas, aunque no podía hacer nada físico, pues sus movimientos eran limitados, su vitalidad disminuía a cada mes, y seamos sinceros, el frío se le colaba hasta los huesos y no era de gran ayuda. Los dientes les castañeaban, pero con el esfuerzo, la joven no tardó en entrar algo en calor, y su abuelo ponía especial empeño en darle una conversación interesante que amenizara su trabajo, pues le sabía fatal verla arrastrar leña de un lado a otro, y tener que quedarse mirando sin poder hacer nada. Era hombre de pocas palabras, más bien rudo y maleducado, pero ella conseguía sin proponérselo sacar lo mejor de los que la rodeaban.

Era cerca ya de mediodía cuando concluyó sus tareas, había perdido la cuenta de las horas que llevaba trabajando. Como resultado: ríos de sudor frío recorriéndole por la frente, y las manos enrojecidas. Decidió que se merecía un descanso, y sin decir nada a nadie, agotada, cayó vestida y calzada sobre su cama, quedándose profundamente dormida al instante.


CONTINUARÁ...

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